Despertar de la pesadilla oscura
- Lizbeth Guerrero
- 15 oct 2023
- 4 Min. de lectura

Esta mañana, como casi todas, me senté a tomar café mientras revisaba las noticias en mis redes sociales más entusiasta de lo usual. Por un lado, los aires de revolución popular en Sudamérica y en otras partes del mundo captan mi atención y emoción. En los diarios de derecha, los mismos señores de la guerra de esta avanzada neoliberal, culpan a la izquierda castro-chavista de todos los fracasos y virus que ellos mismos han desarrollado en esta inmensa cuerpa-territoria. Su llanto contenido es casi mudo en comparación a los genuinos gritos de alegría, rabia, esperanza, que ha lanzado el pueblo latinoamericano en los últimos meses.
Lxs hijxs de la Abya Yala reclamamos nuestro lugar en la historia y no habrá “diálogo internacional”, “plan de inversión y desarrollo”, ni mucho menos sus asquerosos reajustes y paquetazos -que hunden y hunden a decenas de millones de personas-, que puedan detenernos en nuestro camino a la libertad, en el (re) surgimiento de nuestra Matria Grande y les que defienden la vida.
Es una sensación esperanzadora. Como el alivio que siente un náufrago moribundo cuando ve a lo lejos un barco -la mano del pueblo- que lo salvará de su fatal y solitario destino. Porque después de tantos intentos fallidos, entendimos que no existe lucha sin unidad y que la paz sigue siendo una falacia mientras haya hambre, miseria y violencia en las calles de los más pobres y toda la riqueza y abundancia de la tierra en la mesa de los más ricos.
Sin embargo, por desgracia nuestra, la pesadilla sigue ocurriendo. Día a día, hora tras hora. Mi país, Honduras, se ha convertido en la “Casa Loca” de Latinoamérica. La guarida perfecta donde los criminales pueden matar personas, animales, ríos, montañas, territorios y comunidades enteras en completa tranquilidad e impunidad.
Llevo un tiempo preguntándome cómo vamos a sanar de este cáncer mortal, de esta locura insostenible. Si no hay cura todavía, al menos ataquemos al mal de raíz y de paso, nos hacemos terapia intensiva de bailes, cantos, besos, letanías, conjuros, hechizos mágicos, cadenas humanas de solidaridad y empatía. La quema de las llantas puede dañar un poco los pulmones y detener la economía por unas horas, pero estos quinientos años de sometimiento se nos metieron en el entrecejo. Sanaremos o moriremos intentando sanar.
Salir a las calles tiene sus peligros, pero también tiene enormes ventajas. No sólo nos brinda formación política avanzada, también nos enseña a confiar en el/la otre, a tejer comunidad y células de organización ciudadana. Las manifestaciones, que por poco terminan en insurreción en Quito, la mega movilización que puso a temblar las élites en Santiago, la derrota contundente al macrismo ayer en la Argentina, las constantes protestas del movimiento estudiantil a favor de la educación pública en Costa Rica, la incansable lucha invisibilizada del pueblo haitiano y las del pueblo hondureño, que sigue luchando contra una narcodictadura neoliberal y que recientemente tuvo una bocanada de justicia en una Corte del Distrito Sur de New York, la promesa de un amanecer cada vez es más latente, de a poco nos vamos revistiendo de valor, de dignidad de esperanza.
Latinoamérica es hoy un caldero que está a punto de estallar, pero cuyo estallido es necesario para que las conciencias se sacudan y no permitan más la barbarie colonizadora. Que nunca vuelva a ser ley la expropiación de los cuerpos, de los territorios, el dominio de nuestros vientres, la manipulación de nuestras mentes- espíritus y el miedo sistemático disfrazado de política de seguridad en nuestras calles.
Las emociones son muchas en plena mañana de este octubre veraniego, en esta tierra del infortunio, que hoy voltea a ver con nostalgia el triunfo del Sur, y sueña con un sol que ha de salir, más temprano que tarde, para destruir esa «Casa Loca» y reconstruir, finalmente, una verdadera Matria-Patria en común.
Llegó el momento de entender que el bienestar y el desarrollo son sólo titulares de los «miedos» de comunicación, mientras receten balas, gases, toletazos y violaciones a las mayorías y no brinden el mínimo vital que necesitamos para alcanzar ese añorado bien común: alimentación, salud, educación, empleos dignos. Las trompetas del Apocalipsis se convertirán en un reggué con piña colada cuando terminen las guerras contra el pueblo, cuando la humanidad aprenda a verse en el espejo.
Esta es nuestra realidad, ningún individuo la puede cambiar aunque se sepa todas las alquimias, medite todas las madrugadas, recicle sus botellas de vino o se convierta al veganismo. Sin embargo, los colectivos organizados y coherentes, son capaces de derrocar presidentes, de hacer prevalecer la democracia y la justicia,como pasó reciente en Ecuador, Uruguay y Argentina. En ese mismo camino irá Chile, Brasil y Colombia.
La espiritualidad no es sólo encierro, ni rezo, ni ego. Es un todo que se alimenta con la energía de cada ser vivo, sobre todo de la Madre Tierra. No puedo estar en el mismo proyecto histórico con esos individuos o esas élites que atentan sistemáticamente contra mi principal fuente de vida. He llegado a pensar que en muchas personas se extinguió el sentido común, pero supongo no debemos distraernos de nuestro propio proceso de evolución: sanar individual y conjuntamente con el todo.
Mientras termino de escribir se desata una buena tormenta eléctrica y esfuma por un rato el incesante calor. Es un buen presagio. Me recuerda que la infamia no podrá ser, nunca más. Son tiempos de cambio, finalmente, en este lado de la vida, se respira esperanza.

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