La trampa de la vida: amor, deseo y extinción en la posmodernidad
- Lizbeth Guerrero
- 29 dic 2024
- 9 Min. de lectura

“-Es muy difícil.
- ¿Qué?
- El amor. ¿Cómo amar sin poseer? ¿Cómo dejar que te quieran sin que te falte el aire? Amar es un pretexto para adueñarse del otro, para volverlo tu esclavo, para transformar su vida en tu vida, ¿cómo amar sin pedir nada a cambio, sin necesitar nada a cambio?”
El lado oscuro del corazón (1992)
Era una tarde de agosto. Como muchas otras veces, Nelly llegó a rescatarme del agobio vespertino. No había terminado de poner sus cosas en la silla cuando le conté que ocurrió un milagro en mi reciente visita al sur: conocí a alguien, uno especial. Cosa extraña en estos tiempos en los que el desencanto y la rutina invadieron mi unidad territorial. Nelly esperó a que hirviera el agua para el café y se sentó a escuchar el relato, como si fuera el primer episodio de una novela colombiana.
Aquel fue un viaje extraño. Me la pasé meditando en el vuelo. Tenía un tiempo luchando por escapar de cierto lugar y aceptar el viaje significaba atrasar esa “huida”. Hasta que el proceso de ovulación, el aburrimiento y la cosa inédita, que siempre llega, transformaron aquella tortura en una nube de enamoramiento y deseo adolescente. Esas trampas sigilosas cotidianas de la naturaleza, especialmente cuando estás en los treinta y pico y tenés un útero. Lo puedo registrar, sin embargo, sé que el cuerpo reconoce cuando el espíritu se altera ante una presencia, sobre todo si esa presencia seduce con las palabras, con movimiento de manos, con unos ojos expresivos, esos que no pierden detalles.
Nadie puede contra la necedad de la vida. El cuerpo pide cada tanto que lo fertilicen. Nelly se rió de mí, como siempre, y me dijo: pues claro, es que usted no es fea, tiene algo. No me contuve la risa por la honestidad de mi amiga. Le resumí la corta radionovela, esa que ya he escuchado otras veces. Pero nunca antes con todo este bagaje, con estas ganas de estar, pero no saber. Y en las puertas de una crisis civilizatoria, supongo que expande el dramatismo.
La cuestión es que el feminismo, las amigas -y todas las chamanas del camino- me han enseñado que ese enamoramiento irracional ha sido herramienta fundamental para mantener la dominación patriarcal y, en la mayoría de los casos, los varones -especialmente los que me he encontrado en política- no están ni siquiera enfocados en el amor. Están en las vías del tren para alcanzar el poder. Del enamoramiento y del proceso de amar, generalmente, se encargará quienes estén dispuestas a ponerse en segundo lugar.
Ary, la más bruja de todas mis amigas, me habló una vez de los hechizos de amor o amarres que hacen mujeres para atraer a alguien que no está disponible emocionalmente. “Esas cosas solo las hacen quien trabaja con las sombras, nosotras preferimos la luz, porque el mundo está desequilibrado”. Y así me lo hace notar el sentido común también. No hay mayor gozo de saber que, por voluntad, dos cuerpos se desean y los espíritus se reconocen. Y no quiero hacer alusión a la gran estafa emocional del amor romántico. Se trata del tan poderoso, simple y burdo deseo.
Los enamorados
La cueva luminosa estaba hecha un caos. Las maletas del reciente viaje seguían sin desarmarse. En una la ropa sucia mezclada con ropa limpia. En la otra, cajas de té revueltas con los libros y el café. Me senté a descargar las fotos, mientras observaba a mis plantas que estaban tristes. El panal pegado en la ventana de mi cuarto se puso más grande, dorado y aterrador. En esas, me encuentro nuevamente con esos ojos. Me descubro enajenada y vuelvo la mirada al caos. A veces, por mucho que se tenga la plena certeza que el enamoramiento es como caer en drogas duras, es casi imposible evitarlo, se podrá, a lo mucho, dosificar.
Y que no se ataquen las ancestras, que la resistencia feminista y la selva densa no han pasado en vano por nuestros cuerpos, reconocemos el patrón, lo registramos, así como se enfrenta al demonio más cruel. Lo vemos de frente y lo invitamos a tomar el té. Pero ya no tiene nuestro poder… ¿o si?
Estamos reconociendo nuestro lugar y no queremos pedir permiso, pero sigue siendo complejo. Tampoco queremos ser salvadas por el héroe revolucionario, intelectual, poeta, comediante.
Quienes así lo elegimos, queremos relacionarnos con varones que reconozcan que viven en un mundo construido para ellos, a costa del “amor incondicional”, que han vivido una realidad alterada al creer que tienen derecho a todo, sobre todo, a poseer nuestros cuerpos cuando quieran y como quieran.
Nelly me pidió que le hiciera una lectura de tarot. En su tirada, salió la carta de los enamorados y me dio un calambre en el brazo. La trampa de la vida es el enamoramiento, es peligroso, tenga cuidado -le digo a Nelly, cuando realmente me lo estaba diciendo a mí-.
Terminamos hablando de cómo las mujeres caemos en ese delicado juego de mutilar(nos) algunos sentidos que conectar la racionalidad, ese arte de hacernos pendejas ante ciertas situaciones para que las hormonas realicen su papel y nos podamos reproducir en esta época apocalíptica.
La nostalgia tiene un sinfín de matices y una sola fuente: extrañar lo que se ama. Pero no hay cosa peor nostalgia que extrañar lo que nunca pasó. En este domingo tan viernes que se siente menos festividad que nunca, que mi cuerpo y todos los cuerpos que conozco tienen un nivel de agotamiento que se nota en las nulas ganas de volver a conectarnos y mirarnos a los ojos.
En el preludio de esta sexta extinción masiva, con un volcán de pendientes encima del escritorio, con la mirada atenta de mis gatos ante cualquier movimiento que hago, con un montón de garabatos en mi cuaderno de notas y las bromas retorcidas que nos gasta Dios, el guionista, me sentaré en la raíz de un árbol, para dejarme absorber por la nostalgia y tal vez así me deja regresar al nihilismo habitual.
No me sucede muy seguido desde que tomé conciencia sobre el régimen dictatorial que es el amor romántico. De hecho, entendí porqué las lesbianas políticas cada vez son más numerosas y no piensan regresar a ese calvario de la incertidumbre y las sombras que puede llegar a ser enamorarte de un hombre. Sin embargo, todavía no me ha despertado el interés de enamorarme de una mujer y como mencioné antes, Dios tiene carrilla conmigo y me gasta una bromas, que si no fueran contra mí, también me reía a carcajadas.
Enamorarse es peligroso y es para la gente desocupada, diría Nilda Chiaraviglio. Una enfermedad mental inventada por la naturaleza para hacernos caer en la trampa de la vida. Ahí es cuando te das cuenta que la naturaleza es más salvaje y poderosa de lo que imaginamos. Lo subrayo porque parece algo simple y banal, pero realmente es mucho más complejo de lo que pensamos. En el momento histórico en el que la humanidad se percató que se cagó en su propio paraíso, en el que las élites aseguran su reinado con descendencia creados en probetas y en vientres de alquiler, en el que los pobres siguen reproduciendo más mano de obra barata para servir a la descendencia de las élites, y, para quienes somos pobres con ciertas comodidades, no existe la posibilidad de reproducirse.
Sería el acto más irresponsable me dijo el otro día un amigo Julio. No tener hijos en estos tiempos es razonable y lógico si piensas en todo eso. Sin embargo, tener 33, estar todavía en ese limbo de la fertilidad y la menopausia prematura, porque repito, estamos tan agotadas, distraídas en el TikTok y sentadas dos horas en el tráfico para llegar a casa, que el enamoramiento y la producción de obreros, ha pasado a segundo término, hasta que un día llegan unos ojos y te invade esa enfermedad mental de creer que un hombre puede ser confiable, transparente y puede flotar en medio de un mar de mierda sin contaminarse.
Los varones también saben de magia negra me dijo el otro día mi amiga Martu, conscientes o no, saben muy bien qué movimientos, palabras y vibraciones elegir para atraer a tu “presa”. Me pongo Sublime, pero a veces se me olvida que este mundo fue hecho por magos y que todo lo que funciona es un gran acto de magia y, sumergidos en el hechizo, nunca vemos las implicaciones de soltarnos del ancla y sucumbir ante ese ferviente y extraño mandato de la vida.
Asumo que algo estoy tratando de recuperar con esta nostalgia. Podría simplemente dejarme llevar por el bosque y dejar que ese sentimiento se pulverice, como todo en la vida, con el tiempo, el que ya sabemos, es cruel y a nadie perdona, como diría el tío Juanga.
Quizás, esta sensación de pérdida trae escondido un tesoro. De recordarme que uno no se lanza al abismo sin cuerdas y sin paracaídas.
El amor, que llega después del enamoramiento, suele sentirse más sobrio, sin tanta ansiedad, sin incertidumbres, sin endulzamientos chafas y mensajes sin respuestas.
Ya lo dijo Bauman, en un mundo posmoderno de consumo, desecho y rapidez extrema, el amor líquido es la regla. No esperemos más de esos vínculos que se deleitan bocado por bocado, con el choque de las narices y las miradas profundas, el roce de las manos y la sensación de fundirte en el otre.
Hay tanta bruma en la cabeza, que las formas más cercanas de amar en la posmodernidad se traducen en sacarte fotos parando el culo y haciendo sexting en medio de una junta de trabajo, para luego ir a desahogarte en el silencio y soledad de tu habitación, creyendo que así te estás evitando la pena y la inversión de emociones intensas.
Y mientras les sigo el rastro a las hormigas llevando en perfecta organización un montón de hojas, ramitas y alimentos desde lo más alto del árbol hasta unos agujeros que forman un pueblo entero, me acuerdo que el arquetipo de los enamorados lo tengo instaurado en mi psiquis como la imagen de mis abuelos maternos cuidándose uno al otro, cada uno desde su propio universo, pero habitando el mismo cuerpo. El antropólogo Jeremy Narby explica la analogía de la serpiente cósmica y esa “trampa” de la vida (ADN): Nacimos para fusionarnos, para reconocernos en los ojos del otro, para entender que su bienestar también es el nuestro, que la expresión más alta del amor es el cuidado, la expansión de la existencia en plena libertad.
Les Millennials estamos en un laberinto existencial, danzando entre memes, relaciones líquidas, depresión, ansiedad, vicios, vacíos, tableros de Pinterest, yoga, gimnasio y cafés
-para quienes tienen el privilegio del tiempo libre con ingresos fijos-, la pasividad extrema y el coqueteo, con la radicalidad que se necesita para volver a tener esperanza.
En todo ese ChopSuey, el amor está fragmentado, mitificado en un pasado lejano. Disperso en la incertidumbre de no saber si dentro de 10 años todo se va al carajo y se desata la barbarie total o si llega un milagro qué instaure por fin una revolución organizada.
A veces me avergüenzo conmigo misma por ser tan inocente y pesimista con la misma intensidad, depende del ciclo de la luna. Este patriarcado rancio nos quitó tanto, hasta la ganas de amar. Nos obligó a las mujeres a convertirnos en cuerpos que existen para adorar a seres que no son capaces ni siquiera de reconocernos como personas. Darte cuenta de eso te llena de rabia, luego tristeza y la mezcla de estas dos cosas, puede alquimizar rebeldías, crear poderosos movimientos internos y externos, aunque también puede dejarnos muertas en vida.
En esta edad crística, con la ironía de tener el arcano del diablo, que ya casi se va y me hizo caer en la tentación del enamoramiento, me pregunto si realmente esas narrativas que hemos creado entre nosotras de darnos el amor que merecemos, de voltear a ver a nuestro alrededor para darnos cuenta que el amor está en todo, hasta en lugares más insólitos, puedan realmente acompañar ese espacio íntimo.
El amor de pareja es tu mayor espejo.
Cuando mi abuela dice que nadie entiende el dolor que siente al ver a su eterno compañero apagarse de a poco, es porque quizás ella está viendo cómo se desvanece su propio reflejo. No es igual que el amor en la amistad, las motivaciones y los intereses no son los mismos, aunque en la amistad también espejeamos, con la pareja se comparte esa intención de fusionarse sin perder la individualidad, tal como el lenguaje de la vida y sus letras formando perfectamente una misteriosa historia.
Me voy muy profundo, lo sé, pero estoy más tranquila, viendo a los pajaritos llevar comida al nido antes que venga la lluvia. De vuelta en la tierra mágica, en esta Colombia mágica, mi cuerpo me está avisando que es tiempo de formar mi propio nido, sin prisas -aunque ya no quede mucho tiempo-, sin presionar a quien no quiere estar, sin entregarle mi poder a quien no quiere reflejarse en mis ojos de vuelta. De todas formas, siempre estará una amiga que venga a rescatarme del abismo, a recordarme mi propio valor.
…..
**“Es el error más común que cometemos todos, es querer que el otro sea como queremos que sea y no como es. Y cuando nos damos cuenta del error, a veces es demasiado tarde”.
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